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Marta Estrada Miyares

Marta Estrada Miyares es oceanógrafa y bióloga marina, con una larga trayectoria en el Instituto de Ciencias del Mar (ICM) y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Destaca como una de las pioneras españolas en realizar investigaciones científicas en la Antártida. Durante décadas, su trabajo se ha centrado en comprender el fitoplancton marino y su importancia ecológica. A sus 78 años continúa activa, participando en proyectos que abordan el cambio climático, la salud de los océanos y la conservación marina.

1. ¿Qué te llevó a emprender esta expedición y cómo influyó en tu visión del océano?

Mi primera visita a la Antártida tuvo lugar en el verano austral de 1984-1985, a bordo del rompehielos argentino ARA Almirante Irízar. Yo trabajaba en ecología del fitoplancton marino, en el Instituto de Investigaciones Pesqueras de Barcelona, hoy Instituto de Ciencias del Mar, perteneciente al CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas). Un colega químico, Antoni Ballester, había estado en la Antártida en 1966, en una expedición belgo-neerlandesa a bordo del buque Magga Dan. Quedó impresionado por los paisajes y las posibilidades de investigación oceanográfica en la Antártida y, desde entonces, no cejaba en su empeño de convencer a las autoridades del CSIC del interés de investigar allí. Tenía muchos contactos internacionales y en 1984 recibió una invitación del Instituto Antártico Argentino para tomar parte en la campaña 1984-1985 del rompehielos Almirante Irízar, junto con un pequeño equipo de investigadores. La misión de la campaña era sobre todo de apoyo logístico a las bases argentinas para intercambio de personal y suministro de combustible y mercancías, pero el barco llevaba también varios investigadores argentinos, dirigidos por Rufino Comes, que aprovechaban el trayecto para llevar a cabo diversos proyectos de investigación oceanográfica. Antoni Ballester me preguntó si me interesaba participar y no me lo pensé dos veces. Nuestro grupo contaba también con Josefina Castellví, microbióloga, que colaboraba con Ballester en el Instituto de Investigaciones Pesqueras, con la escritora Charo Nogueira, como documentalista, y con dos químicos argentinos que habían sido becarios de Ballester en Barcelona.

La campaña fue muy interesante, tanto desde el punto de vista científico, como de conocimiento del paisaje, ya que el barco visitó bases argentinas en diversos puntos de la Antártida. Poco después (en junio-julio de 1985) se celebró en Palma de Mallorca el Primer Symposium Español de Estudios Antárticos, y de los resultados científicos obtenidos se hicieron varias publicaciones.

El continente antártico y el océano que la rodea son cruciales en la regulación del clima y de los ciclos biogeoquímicos globales. Por ejemplo, la corriente circumpolar alrededor de la Antártida comunica los océanos Atlántico, Índico y Pacífico, y forma parte de la denominada circulación termohalina, que redistribuye calor entre el ecuador y los polos. Por otra parte, el hielo antártico representa un 70% de las reservas de agua dulce del planeta. Visitar la Antártida te hace ser mucho más consciente de estas conexiones planetarias.

El ecosistema marino antártico presenta muchas características interesantes. El fitoplancton, que es la base principal de la red trófica, muestra una gran diversidad; además, en el océano antártico, pueden encontrarse tanto zonas de elevada producción, en general en la proximidad de las costas, como áreas relativamente pobres, en las que se ha demostrado que falta hierro, un micronutriente esencial para las microalgas. También es muy importante la presencia de hielo marino; si no tiene una capa importante de nieve encima, la luz puede penetrar a su través y permitir el crecimiento de microalgas en su superficie inferior y en los canalículos que quedan dentro del hielo. El krill, un componente crucial de la red trófica antártica, se alimenta de fitoplancton y a su vez constituye la base de la dieta de muchos peces y otros animales marinos como focas, ballenas y pingüinos; durante el invierno, el krill puede sobrevivir gracias a las microalgas que habitan en la parte inferior del hielo, que representan una fuente concentrada de alimento. Por ello, la disminución de hielo marino causada por el calentamiento climático en ciertas partes de la Antártida representa una gran amenaza para las poblaciones de krill y los organismos que dependen de ellas.

2. Tu carrera se ha centrado en el estudio del fitoplancton. ¿Por qué es tan importante para la salud de los ecosistemas marinos y, en particular, para el Mediterráneo?

Por decirlo de una manera simplificada, denominamos fitoplancton un conjunto de organismos microscópicos unicelulares que viven en suspensión en el agua y poseen clorofila. Estos microorganismos juegan en el mar un papel similar al de las plantas en tierra; utilizan energía solar, agua, dióxido de carbono y nutrientes para producir materia orgánica y reproducirse; son los productores primarios de la red trófica pelágica (es decir, de aguas abiertas), que tiene en sus niveles superiores animales como peces, mamíferos y aves marinas. El fitoplancton comprende cianobacterias y una gran variedad de microalgas, adaptadas a distintas condiciones del medio marino. Por ejemplo, las diatomeas poseen una pared celular de sílice, con una elegante microestructura que ha servido de inspiración para aplicaciones nanotecnológicas; prosperan en aguas turbulentas y ricas en nutrientes, y son las principales protagonistas de las proliferaciones de fitoplancton de finales de invierno-principios de primavera en mares como el Mediterráneo. Los cocolitóforos presentan una cobertura de plaquitas calcáreas que puede resultar de una gran belleza. Otras microalgas, como las dinoflageladas, tienen flagelos que les permiten cambiar su posición en la columna de agua y pueden crecer en aguas estratificadas y pobres.

3. Con tus años de investigación, ¿qué cambios has observado en el Mediterráneo a causa del cambio climático y otras presiones ambientales?

El Mediterráneo tiene un clima templado, con una fuerte estacionalidad y una importante variabilidad interanual. Yo he participado en muchas campañas en este mar, y me he encontrado con una gran variedad de situaciones; todos sabemos que una determinada semana de marzo, pongamos por caso, puede ser más fría o calurosa en un año que en otro. Por ello, para documentar los efectos del cambio climático sobre una determinada variable (como la temperatura o el nivel del mar), se necesitan largas series de datos que permitan separar las tendencias (aumento o disminución) a largo plazo de las fluctuaciones de pequeña escala. Desde hace más de 50 años, Josep Pascual ha estado tomando datos de temperatura del agua de mar a diversas profundidades en una estación situada a una milla de la costa de l’Estartit, además de registrar el nivel del mar y medir diversas variables meteorológicas. Es actualmente la serie más larga de datos fiables del Mediterráneo. Estos valores han sido analizados por diversos oceanógrafos, entre ellos por colegas de mi Instituto, y permiten constatar que, en las aguas superficiales, la temperatura ha aumentado a un ritmo de 0.28 ºC por década; al mismo tiempo, el aumento del nivel del mar ha sido de unos 3 mm por década. Una de las consecuencias del calentamiento ha sido que las olas de calor marinas se han hecho más frecuentes y han causado mortandades de organismos sésiles como gorgonias y corales. Se trata, evidentemente, de observaciones preocupantes.

Por otra parte, el ecosistema marino del Mediterráneo (y de otros mares) sufre desde hace años los impactos de la contaminación, la sobrepesca y otros factores derivados de la actividad humana, que ponen en peligro tanto la biodiversidad marina como los servicios que el mar nos proporciona.

4. A pesar de los desafíos, sigues activa en el Instituto de Ciencias del Mar. ¿Qué proyectos o líneas de investigación te apasionan hoy en día?

Después de la jubilación, he seguido investigando como profesora “vinculada” (es decir, emérita); aparte de trabajar en temas que quedaron pendientes de mis campañas anteriores, colaboro en proyectos dirigidos por colegas más jóvenes. Por ejemplo. a principios de este año, junto con varios coautores, publiqué un artículo sobre las relaciones entre la estructura hidrográfica de la columna de agua y los máximos de clorofila que ocurren a cierta profundidad en aguas estratificadas. En uno de los proyectos actuales estamos estudiando la fisiología y ecología de las poblaciones de una microalga béntica (es decir, que vive adherida a substratos), Ostreopsis cf. ovata, que habita en muchas zonas costeras templadas del mundo, incluidas las del Mediterráneo. Ostreopsis cf. ovata produce una variedad de toxinas y sus proliferaciones en costas de Cataluña y otros lugares del Mediterráneo noroccidental se han asociado con episodios de irritación respiratoria. Entre otros temas, se trata de averiguar qué condiciones ambientales favorecen el crecimiento de esta microalga, cuáles pueden ser las toxinas responsables de las afecciones respiratorias y cómo estas toxinas pasan del medio marino a los aerosoles.

4.1. Por último, ¿qué consejo darías a las nuevas generaciones que quieren dedicarse a la ciencia y a la protección de los océanos?

Se pueden hacer comentarios a diversos niveles. Desde luego, es importante sentir curiosidad y plantearse preguntas; una carrera científica requiere una importante dedicación, pero tiene sus compensaciones, entre ellas la de contribuir al conocimiento del mundo que nos rodea y quizá, directa o indirectamente, al bienestar humano. En relación con lo que hoy llaman perspectiva de género, a las chicas que sientan inclinación por la ciencia les diría que persistan en su interés y no hagan caso de los estereotipos negativos. Desde un punto de vista práctico, recomendaría a los jóvenes que estudien a fondo y que aprendan inglés e informática; aparte de la importancia de tener una buena preparación, hay que tener en cuenta que si más tarde tienen que pedir becas para dedicarse a la investigación, las notas que hayan tenido en la carrera pueden jugar un papel decisivo. El tema de la protección de los océanos y de la naturaleza en general requiere, por una parte, conocimiento, y por otra lo que podríamos denominar activismo, para enfrentarse a los intereses puramente económicos e intentar que este conocimiento se traduzca en un tratamiento sensato del entorno natural.

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Oceanógrafa